La anemia de poder paraliza al kirchnerismo y a la oposición

lunes, 29 de marzo de 2010

El Congreso sigue paralizado. La gestión del Ejecutivo fue reemplazada por el declaracionismo y el principal problema, la inflación, ni siquiera figura en la agenda de los Kirchner.

Por Sergio Crivelli

Los italianos opinan que la mafia no es un problema, sino una desgracia, porque los problemas -una ecuación, un crucigrama- tienen solución, pero las desgracias, no. Y a la mafia -como está a la vista desde hace muchos años- no le encuentran solución.

Los argentinos podría decir otro tanto de la inflación con la que conviven -a veces de manera angustiosa- desde hace más de seis décadas sin conseguir más que alivios transitorios que, para peor, terminan en estallidos empobrecedores de prácticamente toda la sociedad.

Desde hace cuatro meses la inflación está comenzando a desbocarse otra vez. Anda por el 2% mensual, pero en esta ocasión la respuesta de las autoridades de turno es de una originalidad sorprendente: la niegan. ¿Por qué? Por al menos dos tipos de razones.

La razón más directa es política y es consecuencia de la debilidad. Además de perder las elecciones de junio y el control del Congreso, los Kirchner también perdieron la posibilidad de ser reelectos. Lo que hacen, por lo tanto, es ganar tiempo hasta el día en que traspasen el mando a un sucesor que tendrá que arreglarse con lo que reciba. La política en este momento atraviesa esa tierra de nadie en la que ningún sector tiene soberanía. No hay mando, no hay decisiones, hay parálisis.

El principal objetivo de los Kirchner es que no se disuelva la gobernabilidad antes de retirarse del gobierno. Se limitan, entonces, a trabar el funcionamiento del Congreso, donde una oposición fragmentada y sin conducción anda a los tropezones y es presa fácil de las maniobras más elementales. No pueden aprobar a libro cerrado, como hacía antes, más impuestos para achicar el déficit -principal causa de la inflación-, pero por lo menos muestran todavía recursos para impedir que la oposición les meta la mano en la "caja", fuente de toda razón y justicia. Si para hacer política en la era "K" hace falta dinero, el dinero devaluado dará poder devaluado.

El equilibrio de fuerzas que empantanó al Legislativo también traba al Ejecutivo. Después de los fracasos del verano para apropiarse de las reservas del Banco Central, Cristina Fernández se ha dedicado a la retórica. Emplea gran parte de sus energías en discursos en los que se autoelogia con entusiasmo y critica a la oposición que abarca a los políticos, a los medios y a los jueces que le fallan en contra.

La Presidenta cuestiona a los opositores porque dan conferencias de prensa. Lo hace desde el atril que no deja descansar ni un día. Da la impresión de que está continuamente despidiéndose, que quiere que la sociedad entienda que la gestión "K" fue excepcional y recuerde las acechanzas que debió soportar de las oscuras fuerzas de la reacción. Promete ilusoriamente perseguir a los represores hasta los tribunales internacionales. Convoca día por medio a epopeyas históricas. En ese contexto se entiende que la inflación sea vista como una minucia.

Mientras su esposa habla diariamente, Néstor Kirchner cuenta la tropa que le queda y opera. Convoca a gobernadores y piqueteros. Pasa lista para ver quiénes están empezando a tomar distancia. Busca una estrategia para digitar su sucesión, pero enfrenta dos factores adversos. Primero, el tiempo le juega en contra. Segundo, si no pone freno a la inflación, cualquier dirigente que se arrime al Gobierno perderá de inmediato la chance de ganar en 2011. Ni la épica podría evitarlo.

En este sentido las dudas interminables de Carlos Reutemann, las ilusiones poco realistas de Mauricio Macri, la vueltas de Francisco De Narváez para forzar la Constitución, la soledad de Eduardo Duhalde y la indigencia de los gobernadores que lo quieren heredar, no significa mucha ventaja. Su principal enemigo es la inflación y en esto también la parálisis refleja la inercia propia de una etapa terminal.

El segundo tipo de razones por la que los Kirchner dicen que no hay inflación es económico. Si la admitieran, deberían frenar su principal motor: el gasto público. En otras palabras, tendrían que ajustar. Pero eligieron fugar hacia delante y dejar que del ajuste se encargue otro. Pueden todavía controlar el tipo de cambio y después de la inflación viene siempre una período recesivo. Sólo creen que hace falta esperar. Esperar no exige mucho poder.

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