Por Ignacio Fidanza
Alguien está pensando en el Gobierno. Se podrá decir, con abundantes razones, que para hacer el mal, o como se argumenta por estos días, para deteriorar “las instituciones”. Pero ese Ejecutivo torpe que se enredó en una pelea gratuita con Martín Redrado, de la que salió tarde y mal, ayer mostró la chispa que faltó en la oposición.
Muy lejos de la prepotencia vacía de enviar patrulleros a los jueces o anunciar renuncias no producidas, ayer el Gobierno funcionó como un aceitado mecanismo de relojería. Mientras los legisladores intentaban procesar el discurso de la Presidenta, los fondos ya habían ingresado al Tesoro. Asunto terminado.
La historia reciente indica que ni Mandrake va a sacarle a Néstor Kirchner los 6.500 millones de dólares que se apropió ayer. Por supuesto que van a proliferar los amparos, las denuncias penales y las citaciones al Congreso. Pero la plata que se fue no vuelve. Pensar lo contrario es abonar esa ingenuidad tan funcional al Gobierno, que vanamente intentó denunciar –una vez más- Lilita Carrió.
Porque hay que concederle a la líder de la Coalición Cívica su ajustada composición del adversario que tiene enfrente. Si hay un pecado que no puede permitirse quien ejerce algún tipo de conducción política, es la distracción. Esa excusa no vale para quienes discuten el poder, porque lo que esta en juego es el futuro, el bienestar y los bienes de la gente. Nada menos.
Se podrá conceder que el packaging apocalíptico de Lilita no contribuye a la difusión de su mensaje, pero harían bien los opositores supuestamente “serios” en dejar de lado esas sutilezas estéticas y prestar más atención a sus advertencias. Acaso así, se hubieran ahorrado la humillación de ayer. El enorme gusto que se dieron los Kirchner ante una desconcertada asamblea legislativa.
No es poco lo que se ganó (y se perdió)
Es que la ingenuidad originaria de la oposición fue no ver en toda su profundidad lo que estaba en juego, y en consecuencia, la extensión de la batalla. Se trataba de una pelea que sencillamente Néstor Kirchner no podía perder. Una de esas en las que se va el alma de un gobierno.
Como se sabe, el sistema de conducción kirchnerista se sostiene –aún más en su decadencia- en el reparto de dinero. No hay otra cosa. Y sin plata, para los Kirchner, no hay política. La propia Presidenta lo dijo hoy: “para hacer cosas hace falta plata, si fuera por los discursos, con lo que me gusta hablar a mí ya tendríamos todos los problemas solucionados”.
Con estos 6.500 millones de dólares los Kirchner no solucionan todos sus problemas, pero vuelven a engrosar una billetera que venía menguada. Y en un país con provincias asfixiadas, municipios asediados y empresarios prebendarios, no es menor el margen de acción que acaban de sumar.
Por supuesto que frente a la “sociedad” su imagen cayó otro escalón. Pero esa lectura refleja a la perfección la manera de pensar de la oposición. Es decir, están mirando los medios, las encuestas y en el mejor de los casos, los votos del 2011. Y en el medio se olvidan de discutir el poder. Y si hay algo que la historia reciente de la Argentina dejó en claro, es que lo único que no puede perder un Gobierno, es el poder.
Esa es la gran diferencia entre Néstor Kirchner y Fernando de la Rúa, o si se quiere, entre un peronista y un radical. Ese instinto asesino para conservar el poder, cueste lo que cueste.
Se podría argumentar incluso que la diferencia entre Kirchner y el resto, es su voluntad de discutir jefaturas, más que candidaturas. Algo que se expresa de manera prístina en su encarnizada pelea con Héctor Magnetto. Está claro que en algún momento, Kirchner entendió que el CEO de Clarín le disputaba la conducción del país real, que acaso su poder era incluso mayor al suyo. Y sin pensarlo dos veces se zambulló en una pelea que le costó muchísimo, pero en la que no ceja. Y es esa garra la que le está faltando a gran parte de la oposición para terminar de acomodar a un político derrotado, como es el ex presidente.
No es en los tribunales ni en los estudios de televisión. Recordemos. Carlos Menem vio naufragar su re reelección cuando Eduardo Duhalde bloqueó en el Congreso toda posibilidad de avance. Y de nuevo en el 2003, cuando el bonaerense eludió la interna –que seguramente perdía- y logró imponer a Kirchner por afuera. No fueron las cotidianas denuncias del Frepaso en los tribunales, ni las eternas conferencias de prensa del Chacho Alvarez las que frenaron al riojano.
Es muy posible que los Kirchner ya no tengan margen para remontar la cuesta de la opinión pública, pero ayer recuperaron el sabor del triunfo que los venía esquivando. Y para coronar el martirio opositor, por la tarde Cristina se dio el gusto de fotografiarse con Hillary Clinton en la Casa Rosada, justo una semana después que maltratara públicamente a Obama.
Esta claro que el Gobierno sólo existe para la pelea chiquita, el día a día. Pero el tiempo pasa, la sociedad mira, y la oposición sigue sin encontrar la manera de ponerle un límite al matrimonio presidencial. Eso también es defraudar al votante. Nadie elige a un eterno coro de indignados, para conducir el país.
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