Papelón de Víctor Hugo Morales frente a los periodistas más prestigiosos de Argentina

sábado, 13 de marzo de 2010

Por Luis Majul


El martes pasado, en el auditorio del anexo del Congreso de la Nación, el prestigioso comentarista y relator de fútbol Víctor Hugo Morales hizo algo que sorprendió a la mayoría de los presentes y dejó atónito y triste a quien esto escribe. Morales descalificó a El Dueño con un tono agresivo. Dijo, entre otras cosas: “Llamar investigación al libro de Luis es faltarle el respeto al periodismo de investigación”.


Fue un golpe bajo y artero. No porque no tuviera derecho a criticar la investigación, sino, entre otras cosas, porque el 3 de febrero pasado, en una nota que le hice para La Red con motivo de su pedido de disculpas a Néstor Kirchner por haberlo criticado al comprar dos millones de dólares en un día, y sin que nadie se lo pidiera, mencionó a El Dueño como un ejemplo de texto que señala los “comportamientos éticos de quienes gobiernan”. Es decir: no lo alabó. Pero tampoco lo despreció, como lo hizo ahora, en su primera intervención.

Pero mi tristeza no es por eso. Todo el mundo tiene derecho a criticar lo que no le gusta. Pero, ahora que pasaron las horas me quedó muy claro que Víctor Hugo no había venido a debatir sobre los riesgos del periodismo de investigación, el verdadero motivo de la convocatoria, sino a atacar al libro al que Néstor Kirchner ya había ordenado descalificar. Y lo que es más triste todavía: a poco de comenzar, quedó en evidencia que no lo había leído. O que por lo menos no lo había hecho con el detenimiento necesario como para desautorizarlo con semejante certeza.

Jorge Fontevecchia, en el mismo encuentro, había sido igual de provocador, pero más educado, al plantear que en el periodismo de investigación “nunca hubo tan poco riesgo como hoy, con un gobierno debilitado y el 80 por ciento de la opinión pública en contra”. Esa hipótesis sí que me resultó apasionante y digna de discutir más a fondo. El fundador de Noticias presentó su hipótesis en la misma mesa en la que estaban sentados Nelson Castro, a quien hace poco más de un año dejaron sin su programa de radio, a Joaquín Morales Solá, a quien no hace mucho criticaron desde el atril presidencial, a Daniel Santoro, a quien le pincharon el teléfono según comprobó la justicia, y a él mismo, a quien, si no me equivoco, el gobierno sigue discriminando al no colocar en sus medios publicidad oficial.

¿Por qué sospecho que Víctor Hugo Morales atacó a El Dueño de manera premeditada? Porque empleó el mismo método que antes habían usado el jefe de gabinete, Aníbal Fernández, el recaudador de impuestos, Ricardo Echegaray y el filósofo obnubilado con “Cristina y con Néstor”, José Pablo Feinmann, quien tampoco se había tomado el trabajo de leer el texto.

Solo lo ningunearon, igual que hicieron con Patria o Medios, el libro de Edi Zunino. Lo mismo que hizo el martes, en el auditorio, de manera descomedida, el propio comentarista de Radio Continental con ¿Qué les pasó?, el reciente libro de Ernesto Tenembaum, un trabajo excepcional que constituye un fuerte cachetazo político para Kirchner y la Presidenta.

No incluyo aquí la liviana referencia que escribió Horacio Verbitsky el domingo 28 de febrero en Página 12 sobre “un libro de verano, que se lee tan rápido como se olvida (y que) sostiene que el de los Kirchner fue el gobierno más poderoso de la historia argentina”, porque no especificó a que trabajo se refería. Si debo decir que lamento, de verdad, que Horacio no siga investigando con la misma pasión con la que lo hacíamos en los malditos años noventa. Aunque algunos de sus viejos libros, a veces, no tengan la sintaxis necesaria como para ser leídos sin dificultad.

Tengo el mismo afecto por Víctor Hugo que él dice manifestar por mí. De hecho, creo ahora con sinceridad que él mismo tomó conciencia de que había sido más papista que el Papa. Porque en su segunda intervención, intentó equilibrar la embestida al afirmar que el libro tenía muy buenas entrevistas y que se lo podía tomar como un texto de consulta. Como el ambiente, en el auditorio, había quedado enrarecido, le escribí un mail que reproduzco acá solo porque me enteré que lo había mencionado ayer en su programa de radio:

Querido Víctor Hugo:

Gracias por haber compartido tan interesante charla. Lamento la intensidad del cambio de palabras. Me disculpo de antemano si el énfasis en la defensa de la investigación pudo haberte enojado. La vida tiene muchas vueltas. Seguramente nos encontraremos en alguna de ellas.

Pero ahora que la tensión ya pasó hablemos en serio y con precisión. ¿Por qué Morales, un especialista en el relato de partidos de fútbol, un hombre de sanas inquietudes culturales pero que no parece conocer la técnica del periodismo de investigación se metió en semejante laberinto? Está claro que no es lo mismo leer un libro para escribir su prólogo, como lo hizo con el de anécdotas de el "Bambino" Veira, que analizarlo en detalle para ejercer el interesante oficio de la crítica.

Se supone que un buen libro de investigación, elaborado con honestidad intelectual, tiene que tener, revelaciones periodísticas, buena información, contexto político y social, y el rigor necesario como para ser defendido en los tribunales, si es preciso.

El martes, aunque ese no era el motivo del debate, me vi obligado a defender mi trabajo, como si estuviera en un aula de la facultad. Entonces tuve que explicar que la principal materia prima del periodismo de investigación eran los datos, y no la opinión.

Le pregunté a Víctor Hugo si recordaba con qué dato empezaba El Dueño, porque quizá era uno de los más fuertes del libro. Pero no lo recordaba. Le informé que era una denuncia inédita por el cobro de una coima del 20 por ciento de un crédito de tres millones de dólares a una empresa naviera, decisión en la que habían participado Néstor Kirchner y Lázaro Báez.

Le hice notar que, enfrente suyo, en la primera fila, estaba quien la había denunciado, Eduardo Ariel Arnold, el hombre que gobernó Santa Cruz con Kirchner durante ocho años. Pero no lo conocía. Le comenté entonces, que un par de butacas más allá se encontraba Manuel Garrido, el ex fiscal de Investigaciones Administrativas que tuvo que renunciar después de haber denunciado que la declaración jurada del ex presidente estaba floja de papeles. Pero tampoco parecía conocerlo.

Antes, Víctor Hugo había explicado por enésima vez porqué creía que era una canallada sospechar de la compra de dos millones de dólares que hizo Kirchner. La vergüenza que sentía al recordar que el ex jefe de Estado se había tomado el trabajo de explicarle, a través de un mail, que habían sido adquiridos de buena fe, para comprar acciones de Hotesur, le empresa dueña del Hotel Alto Calafate.

Entonces le tuve que aclarar, ayudado por la memoria, que Kirchner debería explicar por qué necesitó comprarlos si, según su declaración patrimonial, tenía a disposición 4 millones de dólares líquidos en su cuenta. Y que también debería explicar si no contaba con información privilegiada porque los documentos demuestran que los adquirió días antes de anunciar la estatización de las AFJP, medida que bien pudo haber provocado una considerable suba del tipo de cambio.

Para argumentar que El Dueño es un libro marketinero, Morales dio dos ejemplos contenidos en dos páginas distintas. En uno cuestionó, como si fuera un experto en la materia, el uso del término “fuentes confiables”, pero no se detuvo en el contenido de la información. En otro pareció molestarle los ejemplos que demuestran que la Presidenta Fernández tiene una fuerte dependencia psicológica, además de política, de Néstor Kirchner.

Cuando me tocó el turno, le pregunté a qué páginas se refería, pero tampoco me respondió. Uno de los organizadores del encuentro tuvo la fortuna de recuperar el ejemplar que el colega había usado para desacreditar mi trabajo. Se trata de las páginas 285 y 439. Para no aburrir a los lectores, solo diré que si Víctor Hugo se hubiera tomado el trabajo de leer la advertencia que se encuentra antes del prólogo en la página 12, habría comprobado que las fuentes de información de ambos episodios están identificadas de la manera correcta, según aconseja, por ejemplo, el Manual de Estilo de el diario El País de Madrid (a mi criterio, uno de los mejores periódicos de habla hispana).

No creo que Víctor Hugo haga las cosas por interés. Y reconozco que su atractiva manera de hablar puede generar la falsa sensación de que está diciendo verdades absolutas e irrefutables. Me atrevería a sugerirle, sin embargo, que no repita, como si fuera una hazaña o una virtud, que hace diez años que no lee Clarín. Para ejercer el periodismo con seriedad y comparar datos hay que leer todo lo que se pueda. Incluso el diario que no comulga con sus ideas. El no hacerlo, por más bronca que uno tenga, habla de cierto autoritarismo y una falta de profesionalismo que no se condice con el discurso habitual de Víctor Hugo.

Algunas mañanas escucho a Morales. En serio: dice las cosas en un tono que a veces parecen certezas incontrastables. Lo disfruto, por ejemplo, cuando sale desde Venecia y habla del carnaval. Porque después me queda la sensación de que estuve allí, con un amigo de hace años. Pero no me pasa lo mismo cuando habla de política. Porque no puedo entender, por ejemplo, como un hombre tan inteligente, honesto, informado y con opinión, justifica la corrupción de este gobierno con unas cuántas palabras huecas, al sentenciar “Todo poder es corrupto. Eso no es ninguna novedad”.

Cuando pasa eso, y últimamente pasa bastante seguido, cambio de radio, pienso un poco y concluyo que a Víctor Hugo Morales le pasa lo que a Kirchner, a Cristina y a gente que ha sido tan prestigiosa como Feinmann: a veces se enamoran de su propia voz, de sus propios textos y de sus viejas obsesiones. Y entonces el enorme ego no les permite ver que hay otro mundo, otras ideas y otros textos, más allá de los de ellos.

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