Néstor Kirchner usa y abusa del aparato del Estado, para que los latigazos que pega se sientan en el lomo

sábado, 13 de marzo de 2010

Por Alfredo Leuco


¿Néstor Kirchner está más débil o más fuerte que nunca? ¿Está herido de muerte política y no tiene retorno con la sociedad o está resurgiendo con más fuerza y astucia que antes? ¿Cómo es eso de que siempre está al borde del "knockout" y, sin embargo, sale con sus brazos levantados y redoblando la apuesta?

Esta percepción dicotómica no aparece recién ahora. Viene pasando desde la 125 para acá. Se viene (venimos) anunciando el ocaso de un liderazgo que no se apaga nunca. Néstor Kirchner juega siempre al límite del reglamento y lo vulnera. Hace una trapisonda tras otra. Es lo que se dice un muchacho malo, desagradecido, desconfiado, sin amigos y vengativo, que no duerme pensando cómo conseguir más poder y dinero, y de qué manera dañar a sus enemigos. Usa y abusa del formidable aparato del Estado, para que los latigazos que pega se sientan en el lomo.

Desde que empezó el año, Cristina intentó forzar al máximo las normas y las formas y por capricho tuvo que pagar un infinito costo político. Entregó la cabeza de un par de funcionarios, mantuvo el tema de los DNU y las reservas durante meses en los diarios, suspendió un viaje a China con la insólita excusa de que su vice iba a dar un golpe y, finalmente, en la culminación de sus despropósitos, acusó a la Corte Suprema de querer censurarla. Justo a esa Corte renovada, de excelencia, independencia y honradez que la inmensa mayoría de los argentinos reconoce como uno de los aportes más valiosos del kirchnerismo.

Pese a todo, Néstor y Cristina terminan la semana con importantes triunfos políticos que no conviene minimizar ni subestimar.

El acto de Ferro demostró un nivel de organización y capacidad movilizadora que evocó los años de la gloriosa Jotapé. Había micros con gente que intercambia favores con los intendentes y que muchos llaman clientelismo.

Pero el resto eran viejos y nuevos cuadros políticos formados en la escuela histórica de la Tendencia Revolucionaria, en la idealización de Montoneros, Evita y el Che. Emilio Pérsico se llevó los méritos y lo hizo con la expresa orden de excluir a Luis D’Elía, que prefiere caminar del brazo de Fernando Esteche (Quebracho) y el prófugo Mohsen Rabbani.

Había intendentes, consejales y militantes territoriales de barrios humildes como no ha reclutado ningún otro movimiento. Ese es un respaldo callejero que sólo Kirchner tiene. Tal vez los camioneros lo emparden en masividad y recursos económicos, pero no pueden ni competir en convicción ideológica ni disposición al combate en todos los frentes. “Néstor va a volver con la Jotapé”, fue la consigna principal.

El mismo jueves, Merceces Marcó del Pont salvó su cabeza. La guadaña opositora se mostró con simétrico odio y metodología que los Kirchner.

Roxana Latorre y María José Bongiorno anunciaron su voto no positivo y dicen que en las próximas horas habrá más novedades para ese boletín, porque hasta Carlos Menem duda entre beneficiar o no castigar a la presidenta del Banco Central.

“En cualquier momento terminan condecorando a Mercedes”, sentenció tragicómico un senador radical. Los opositores, en términos de respeto institucional y debate entre ellos, deben ser más papistas que el Papa. Las peleas de conventillo, fracturas expuestas, hoguera de vanidades y, sobre todo, la falta de conducción estratégica de un cuerpo colegiado sólo sirvieron para embellecer a Kirchner.

Un empresario muy poderoso no tuvo empacho en confesar: “Me va bien en los dieciséis tipos de negocio que tengo”. Dijo que la macroeconomía está vigorosa y que la inflación, que para los economistas profesionales es el único problema grave, para Cristina y Néstor es una bendición.

No hacen nada para frenar el aumento de los precios. No creen que sea algo tan terrible. Con el tiempo, se comprobará si el deterioro que sufren en su poder adquisitivo el sueldo de los trabajadores más pobres o los planes sociales, es suficiente como para que ese sector social no los vote o les quite el saludo. Por ahora, no hay protestas sindicales masivas y los cortes de los piqueteros anti y ex kirchneristas dejaron de tener la potencia numérica de otros tiempos.

Jorge Fontevecchia, director de este diario, dijo en una mesa redonda que “nunca hubo tan poco riesgo como hoy para ejercer el periodismo de investigación, con un gobierno debilitado, con el ochenta por ciento de la opinión pública en contra”.

Tal vez el orgullo legítimo por haber sido una de las primeras empresas periodísticas en haber criticado y denunciado a los Kirchner y la bronca genuina de ver cómo ahora se suman otros que al principio hicieron grandes negocios con el oficialismo, le haga perder de vista que hoy sigue siendo tan peligroso como siempre revelar lo que ellos quieren ocultar y opinar en forma distinta.

Ese 80% de imagen negativa es un dato valioso, pero no el más importante a la hora del análisis de los complejos fenómenos políticos. Michelle Bachelet acaba de retirarse del poder con el 84% y su partido sufrió una derrota histórica a manos de la derecha después de 20 años.

La saturación de la vieja dirigencia burocratizada, el achanchamiento de sus funcionarios, la tentación del cambio hizo lo suyo. Y en la Argentina también puede hacer lo suyo. Esos datos se pueden leer al revés y decir que Néstor Kirchner tiene un sólido piso de 20% de apoyo. Que lidera con firmeza el sector con más dinámica, iniciativa y dólares de la política. Que la CGT lo acompaña, disciplina trabajadores y no pone en marcha su infinita capacidad de daño. Que la población todos los días suma dudas sobre las verdaderas condiciones de los líderes opositores.

Es cierto que Néstor y Cristina concentran el rechazo visceral de la inmensa mayoria de las clases medias. Es verdad que en una polarización de segunda vuelta tiene muchas posibilidades de perder. Pero Kirchner sabe que no está muerto quien pelea y pelea con un fanatismo (convicción, dicen sus amigos) sin antecedentes.

Por eso, hoy sigue llamando a los dueños de medios para que despidan periodistas o apretando con la AFIP, los cyber-escrachadores y las escuchas telefónicas. A esta hora exactamente sigue repartiendo información calificada y pautas publicitarias (con la birome en la mano en forma personal) para premiar obsecuentes y castigar indomables.

Intimida a empresarios privados para que no auspicien espacios independientes. Por las dudas, pone a varios jueces en la mira. Sus amigos todavía compran medios y programas de televisión para fortalecer el holding paraoficial y perseguir con mentiras e injurias a opositores o periodistas no adictos.

Pienso, al revés de Fontevecchia, que nunca antes fue tan difícil ejercer el periodismo en la Argentina desde la recuperación democrática de 1983. Que nunca hubo tantos castigos desde el Estado y que jamás el gremio de prensa tuvo divisiones tan profundas y cargadas de bronca como en estos tiempos de cólera.

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