Prepotente Arrogancia

domingo, 21 de marzo de 2010

Por Alberto Medina Méndez

La democracia que tanto nos costó construir y recuperar a nuestras naciones, nos plantea un modo civilizado de vivir en comunidad. Priman en ella el consenso y el acuerdo, y de su mano, la búsqueda de soluciones que permitan una sociedad mejor.


Sin embargo, una fuerte corriente autoritaria recorre el continente. Algunos países lo viven a diario de un modo demoledor. Esas naciones lo sufren como una permanente división, esa que intenta profundizar las diferencias y que elige la confrontación como un modo de vida y una inexorable forma de ejercer el poder.

Esos países, han caído en la trampa de elegir, bajo el paraguas de la democracia, a personajes mesiánicos e iluminados que desconocen la esencia misma del sistema republicano, o que conociéndolo, se aprovechan de las debilidades estructurales de un sistema sin filtros que posibilita su llegada sin mas trámite que el de una elección.

Ellos, una vez instalados en el poder, deciden que sus opiniones y percepciones son algo así como inmaculados principios indiscutibles. Se ocupan de construir un dogma, una doctrina. Y sus verdades pretenden conformar algo así como un sistema de ideas a los que ampulosamente titulan con sus apellidos, adicionando el sufijo ISMO. Una percepción entre monárquica y despótica. Un canto a la antidemocracia impregnada de una poco humilde mirada de la realidad cotidiana.

Pero a poco de consolidar su personalista posición política, amparada en las orfandades de una democracia adolescente, ya no por su antigüedad sino por su madurez tardía, el mandamás, empieza a derribar derechos, intentando aniquilar a sus rivales.

Algunos son solo simples “forajidos” del poder. Otros algo mas perversos, son personajes siniestros que solo intentan hacer un culto del poder y que siempre se rodean de aduladores, alcahuetes y serviles. Son ellos mismos, los que componen ese entorno, los encargados de confirmarle al capanga que se trata de un ser superior, iluminado, con una inteligencia superlativa capaz de lograr lo que desee a su paso.

En este contexto ya no importan los ciudadanos. Son solo meras piezas de cambio de este retorcido juego cuya meta es el poder. En esa dinámica y bajo esa lógica, en la que el caudillo pierde contacto con la realidad, aparecen estos funcionales defensores de lo que hace el “jerarca” de turno. Ellos convalidarán lo que sea, dirán que lo que hacen bien es extraordinario y que lo que se hace mal resulta necesario y hasta justo.

Encuentran en todo una justificación. No importa cual sea la acción o el hecho. La conclusión se anticipará a las premisas. Las hipótesis solo rellenan la argumentación. Ya está decidido que todo lo que se haga es para el bien del pueblo, es correcto y merece ser de ese modo. No importará que a su paso se cometan inmoralidades, delitos, designaciones incorrectas, negociados, practicas políticas perimidas, clientelismo, o el conjunto de lo mas bajo de la tradición política.

Todo, absolutamente todo, se firmará a libro cerrado. Se trata de esa porción de la comunidad que valida cualquier cosa. Las más de las tragedias del mundo, empezaron de ese modo, con ciudadanos firmando cheques en blanco y ratificando lo que sea.

Los fanatismos nos ciegan, nos hacen perder la perspectiva y nos limitan la capacidad de comprender la realidad. Detrás de la soberbia de estos cabecillas, se encuentran personas, gente de carne y hueso, que ha decidido sostener a su líder a cualquier precio. Ellos ejercen en primera persona esta "prepotente arrogancia" que nos inunda a diario, esa que los hace monopólicos dueños de la verdad.

Pensar diferente significa, para esta casta tan particular, transitar territorio enemigo. Sus rivales en las ideas son eso, enemigos, gente que no merece respeto alguno y que debe ser silenciada. Su altanería no les permite visualizar que exista chance alguna de estar equivocados. Su adversario no merece tener la palabra.

En este esquema, cualquiera que se anime a cuestionar un centímetro de sus ideas, es un conspirador, golpista, destituyente o fascista. Cualquier calificativo sirve para denostar, para inspirar la agresión que fluye de sus entrañas.

Ese sector de la sociedad cree que todo aquel que no comparte sus ideas debe ser automáticamente catalogado de demonio. En forma automática es su enemigo y merece ser combatido. A David Hume le atribuyen esa cita que dice “Los hombres mas arrogantes son los que generalmente están equivocados, otorgan toda la pasión a sus puntos de vista sin una apropiada reflexión”.

La arrogancia los hace sentir seres superiores. Habrá que decir que esa mirada sobre si mismos está en franca contraposición con aquella igualdad sobre la que tanto pregonan y dicen defender. Es como si se tratara de criaturas sobrenaturales. El pueblo, los ciudadanos, son solo iguales pero entre si, ya que jamás podrán ponerse a la altura de sus conocimientos, de su preeminencia. Vaya contradicción.

Las sociedades que se han equivocado en el rumbo, esas que prefirieron a los líderes mesiánicos, populistas en su filosofía, altaneros en su conducción, soberbios por naturaleza, recorren un peligroso camino hacia la autodestrucción, que solo los llena de rencor, de odios, de sed de revancha, de una permanente búsqueda de enemigos, que con cada lucha concluida, se preparan para iniciar la siguiente.

Se trata de un sendero plagado de riesgos, donde la sociedad camina por una cornisa, en la que coquetea con lo autoritario, y que puede llevarla hacia el mismísimo barranco.

La propia democracia puede devolvernos la visión. Los ciudadanos, en pleno ejercicio de nuestras libertades, no debemos perder el norte y pese a la soberbia que nos rodea a diario y que ataca a cualquiera que piensa distinto, tendremos que encontrar los mecanismos institucionales que el mismo sistema democrático nos provee para recomponer el sendero de la concordia, del acuerdo, del consenso y de la paz.

El odio, la venganza, la soberbia, la arrogancia, la prepotencia no parecen buenos consejeros, no es el camino que queremos legarle a nuestros hijos. Seguramente encontraremos el modo, pacifico, conciliador, democrático y republicano para retomar el camino de la civilidad y de una sociedad sustentada en valores mas humanos y menos irreflexivos.

Intentemos superar con inteligencia como sociedad y dentro de las instituciones esta transición que nos permita olvidar pronto esta prepotente arrogancia.

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