Por Ernesto Tenenbaum
Tengo la impresión de que hay algo que no está funcionando demasiado bien. El otro día, cuando mucha gente aplaudía a la Presidenta –siempre mucha gente aplaude a los presidentes– me entró en el alma cierta preocupación, un tanto de inquietud, un poco de escozor. Ya no por la insistencia en sus ataques contra todo el sistema mediático. Ya no por el pito catalán tan brillante, genial, inesperado, talentoso que le hizo al Congreso. No, por nada de eso.
Lo que más me impactó del discurso fueron las referencias a la Justicia.
En esta nueva etapa de la notable –por colocar un calificativo neutral– evolución de las principales figuras del gobierno nacional, hay un nuevo enemigo: el Poder Judicial. Así, en bloque. Así, sin distinciones. Los jueces son todos chorros, empleados de Clarín, cobardes, dejan que los delincuentes entren por una puerta y salgan por la otra (se nota allí la influencia de Eduardo Feinmann).
Es cuestión de minutos, pero ya sobrevuela sobre los jueces la acusación de golpistas y destituyentes.
Así lo dijo la Presidenta:
“La Argentina real es la del Gobierno (sic) dio la Corte de Justicia más independiente del gobierno que se recuerde en toda la historia de la República Argentina. (Aplausos) No hay Corte más independiente del Gobierno que esta Corte. Necesitamos también una Justicia que sea independiente del resto de los poderes políticos y, fundamentalmente, de los poderes económicos concentrados; necesitamos jueces que fallen no de acuerdo con la tapa de Clarín sino al Código Civil y al Código Penal (Aplausos). Necesitamos jueces que condenen a los responsables de lo que sucedió por el accidente aéreo de Lapa y no a un mecánico a tres años; necesitamos jueces que no dejen salir a los delincuentes, porque están tabulados los precios de excarcelaciones o eximiciones de prisión y, entonces, los criminales que entran por una puerta salen por la otra”.
Olvídese, por un momento, si tiene razón o no en lo que dice –aunque, la verdad, con semejante grado de generalización es difícil dársela, parece realmente una brutalidad–. Piense en los efectos de esas palabras. Y créame: el martes, al día siguiente del discurso, Tribunales era un hervidero. Mucha gente, sin tener nada que ver con ninguno de los fallos cuestionados por el Gobierno, se habrá sentido enojada, herida, ofendida. Suele suceder: cuando uno ofende a mucha gente, mucha gente se puede sentir ofendida.
El problema es que no se trata de un exabrupto, de un momento poco inspirado producto de las típicas pasiones de una oradora que improvisa con pasión. La ofensiva verbal de la conducción política del país sobre los jueces –sobre todos, sin distinción, con algunas excepciones menores como el de Campana, Faggionato Márquez es una política de Estado.
El Gobierno está muy molesto con algunos jueces por distintos motivos. El primer fallo que irritó al Poder Ejecutivo fue el que disponía que el gremio de aeronavegantes debía ser devuelto a quienes se lo habían robado mediante un recuento fraudulento de votos. Quizás usted no lo recuerde, pero en aquel momento el jefe de Gabinete Aníbal Fernández se resistió a cumplir una orden de desalojo dispuesta por una jueza –y luego por una cámara– porque le pareció, opinó, se le antojó, que era inconstitucional. Al final, luego de dos semanas de desgaste, debió aceptarla. Pueden imaginarse ustedes cómo fue tomada en la Casa Rosada semejante resolución. Sé que hay muchos lectores de esta revista que simpatizan con el Gobierno. Igual, deben admitir algo: si hay algo que no les gusta mucho a sus líderes, es la desobediencia. No es que no les gusta. Los pone muy fastidiosos. Y esta desobediencia fue pública.
Luego vino el fallo de la jueza Sarmiento sobre la utilización de reservas. Ahí la bronca fue in crescendo. ¿Se acuerdan que le enviaron un patrullero a la casa durante un fin de semana? ¿Quién tomó esa decisión? ¿Quién pagó por esa decisión tan costosa, sobre todo, para el Gobierno? Ustedes recordarán que un medio bastante cercano a la Casa Rosada publicó en tapa que el papá de la jueza había sido militar y tituló “De tal palo”. Bueno, es lógico que la jueza, su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo se sientan ofendidos y preocupados. Y que mucha gente –que no es destituyente, que es democrática, que es tolerante y que incluso simpatiza con muchas medidas del Gobierno– haya percibido que se trataba, cómo decirlo sin ofender, de un apriete a esa jueza y a cualquiera de sus colegas que se atreva a fallar contra la voluntad presidencial.
Esta última semana, el Gobierno confirmó esos prejuicios al utilizar los espacios publicitarios del Futbol para Todos para denunciar con nombre y apellido a los jueces que convalidaron un aumento del abono del cable.
Yo, por momentos, pienso, ¿no? ¿Cuál hubiera sido la reacción de muchos pensadores, periodistas, militantes que hoy se alinean con el Gobierno, si este tipo de cosas las hubieran hecho Menem o Duhalde? O, dicho de otra manera, ¿qué credibilidad tendrán cuando sean otros los que gobiernen y traten de hacer lo mismo?
Pero mejor no hacerse ciertas preguntas.
Luego vino el fallo de la cámara, que confirmó parcialmente la opinión de la jueza Sarmiento. Néstor Kirchner fue entonces a un programa de televisión y, por primera vez, denunció la existencia de un Partido Judicial.
Así lo dijo:
“Hay un tema que es vital, es muy importante: el del partido judicial; los dos fallos que se sacaron son horrendos, el de Redrado y el que dice que no hay necesidad ni urgencia para sacar el DNU. Clara coincidencia entre el partido judicial, la oposición y Magnetto. Hemos soportado con sobriedad cuando la Justicia no nos es favorable, pero sabemos que en algún momento la Justicia se va a renovar. Tengo esperanza en que la Justicia se va a terminar renovando, se pidieron procedimientos para renovar la clase política, pero la Corte Suprema sigue con una parte de su estructura que viene de hace mucho tiempo”.
Le confieso que ese día fue la primera vez que sentí la inquietud de la que hablaba al principio, ese escozor, esa preocupación. Me pareció que Kirchner estaba colocando la piedra fundacional del Partido Judicial. Ya lo había visto varias veces. La campaña contra el periodismo fue tan dura que, tarde o temprano, unificó en contra a la inmensa mayoría de los periodistas.
La manera en que el Gobierno reaccionó ante el desafío agropecuario de marzo del 2008 fue tan destemplada que generó una unanimidad notable en toda la región afectada por esa pelea, en todos los ex presidentes democráticos, en todos los dirigentes de la oposición, de izquierda a derecha.
La curiosa estrategia parlamentaria ha logrado una y otra vez que fuerzas disímiles en todo sentido, ideológicamente opuestas, que compiten entre sí por espacios de poder, se unifiquen –todas– en contra del Gobierno. Y, ahora, Kirchner se encaminaba hacia la militancia por la formación del Partido Judicial.
Otra vez: si se ofende a mucha gente, es posible que mucha gente se sienta ofendida.
Antes que usted –si pertenece a Carta Abierta, o cree que hay una conspiración terrible en marcha– se ofenda, déjeme aportarle un par de datos. Hay personas muy cercanas al Gobierno que creen que la política judicial fue torpe e indecente.
Otro dato de contexto más. Es difícil sostener que el Poder Judicial haya tratado –o trate actualmente– a los Kirchner de manera más dura que a Carlos Menem.
El fantasma del Partido Judicial es eso: un fantasma. Pero el problema con los fantasmas es que, a veces, al ser convocados finalmente se corporizan.
O sea, hay ciertas normas que conviene no olvidar tanto en la física como en la vida.
Una es la ley de la gravedad: mejor no hacer demasiadas piruetas en la cornisa.
Otra es el principio de acción y reacción. Todo lo que va, en determinado momento vuelve.
Y una vez más: si uno ofende a mucha gente, mucha gente se puede sentir ofendida.
¿No les parece que muchas cosas que pasan en este país, dicho sea de paso, no tienen mucho sentido?
Mamita, los meses que se vienen.
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