Por Manuel Mora y Araujo
Si hay un segmento social con opiniones políticas sustancialmente homogéneas, son los choferes de taxis.
Los tacheros no constituyen una muestra representativa de la población. Sólo son un grupo social con atributos específicos. Constituyen el estrato inferior de la clase media acomodada. Están lejos de pertenecer a ella, pero su trabajo los lleva a hablar con personas de esa clase todos los días del año.
Están en una posición social que los convierte en potentes transmisores de opiniones. En el taxi, cuando no habla el chofer habla la radio prendida, cumpliendo la misma función: los mismos mensajes emitidos reiteradamente por voceros que dicen más o menos lo mismo a personas que piensan más o menos lo mismo. Los tacheros están en una posición relevante en la construcción cotidiana de la opinión pública.
Hace cincuenta años C. Wright Mills hablaba en La elite del poder de “un personal transeúnte que lleva las opiniones de uno a otro círculo” y decía que eso constituía “una fase importante en el acto total mediante el cual se gobiernan los asuntos públicos”. Y concluía: “El público, concebido de esa manera, constituye el telar de la democracia clásica desde el siglo XVIII”. Ese es un rol de los taxistas. Son parte del telar de la democracia.
Nadie podría anticipar el resultado de una elección escuchando a los taxistas; son más conservadores que la media, a menudo votan a perdedores (y no les importa, no necesitan votar al ganador) y su registro de las tendencias políticas es tan parcial y sesgado como el de cualquier otro ciudadano.
Siendo escuchas intensivos de las radios, saben mucho de encuestas y de encuestadores, analizan y desmenuzan los números, y cuando un candidato no les gusta por demasiado populista tienden a atribuirlo a “la ignorancia de las masas”. Sin embargo, registrar lo que dicen los taxistas cuando hablan de política es tan útil como analizar las cosas que se dicen en los focus groups, algo que los analistas de opinión y de mercado hacen continuamente.
Lo que está en el habla de los choferes de taxis está en circulación en el espacio público donde todos nos movemos; no hay análisis posible de la opinión pública que no empiece por el registro de lo que se dice y se percibe, antes de llegar a la cuantificación de esos contenidos.
¿Qué dicen hoy los taxistas de Buenos Aires? Este es mi propio registro: poca gente, como ellos, define a la política como parte del espectáculo cotidiano de la vida y a la vez como algo absolutamente ajeno a la suerte de cada uno, algo tan entretenido y a la vez tan irrelevante como la mejor película de Hollywood que uno puede sintonizar a la noche en su televisor.
Hablan y prestan atención a los políticos porque los escuchan en la radio y a veces los llevan en su taxi, oyen hablar de ellos a los comentaristas radiofónicos, todos sus pasajeros tienen alguna imagen de los dirigentes políticos y eso da un tema de conversación que puede compartirse, y a la vez no creen en ninguno de ellos.
Encuentro que hoy los taxistas están fastidiados con la manía de los dirigentes de la política de proclamarse candidatos a presidente. Toman más en serio la supuesta pelea de Riquelme con Palermo, el supuesto conflicto entre Bianchi y los técnicos de Boca, los enojos de los técnicos con los dirigentes de sus clubes, que la competencia –que encuentran trivial y caprichosa– entre autoproclamados candidatos a presidente de la Argentina.
Querrían escuchar de los políticos ideas fuerza para sacar al país adelante; querrían que apareciera en la escena un candidato capaz de despertar entusiasmo e instalar ilusiones; esperan de la política –más allá del entretenimiento que les proporciona– señales más sustantivas.
Valoran los resultados manifiestos y tangibles de las gestiones de gobierno, juzgan a las cosas por sus lados manifiestamente visibles, descreen de las palabras vacuas. Esperan una oferta atractiva pero encuentran una anodina que no satisface sus necesidades como consumidores de bienes públicos.
Esas son las imágenes que los taxistas recogen y transmiten. No llegan a quienes están muy abajo en la estructura social ni a los empleados con nivel de clase media y pocos pesos en el bolsillo; pero se propagan a través de los poros de la sociedad y contribuyen a afianzar imágenes y expectativas.
Pienso que conviene escuchar a los taxistas. Sobre todo, les convendría escucharlos a aquellos dirigentes que recibieron el voto de ese grupo social que hoy se siente defraudado por ellos. No son una muestra representativa, pero son un botón de muestra.
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