Por Federico Sturzenegger
En los últimos meses el BCRA ha estado en la mira de todos los argentinos; que reservas sí, que reservas no. Pero el tumulto ha opacado un debate necesario y aún más importante: el rol del BCRA en la aceleración del proceso inflacionario.
Los economistas son muchas veces criticados, sobre todo cuando la economía no marcha en la dirección correcta, pero hay que reconocer que si de algo saben es sobre cómo controlar la inflación. Es por ello que de 182 países en el mundo sólo 20 tienen una inflación de dos dígitos (y mejor ni enumerarlos), prueba contundente de que el fenómeno inflacionario es un hecho bien entendido y bien controlable.
Sabemos también que el centro de la solución reside en un Banco Central que maneja los agregados monetarios de manera inteligente y que actúa con independencia de los poderes centrales. No por nada, en el debate sobre la inflación en Europa o en los EE. UU. el foco está en el Banco Central Europeo y en la Reserva Federal. Se podrá hablar de defaults, crisis financieras, déficits y recesiones, pero cuando de inflación se trata, se mira únicamente lo que hacen los bancos centrales.
Más allá de esta obviedad de la realidad internacional, parecemos vivir con una suerte de amnesia con respecto a nuestra propia historia y de lo que ha ocurrido en los mismísimos años de la "presidencia matrimonial". Lo de la historia lo digo por los números con los que comienzo esta nota.
Pero durante la gestión del matrimonio, también la evidencia es clara respecto de la relación entre emisión e inflación. La primera etapa de la política monetaria pos convertibilidad se remonta al 2003 (cuando se tranquiliza el mercado cambiario luego de la crisis de 2002 y el Central comienza a monetizar el superávit comercial) e implicó una expansión de los agregados monetarios muy fuerte: 35% en 2004, 25% en 2005, 19% en 2006 y 26% en 2007.
La inflación, con un pequeño rezago, fue creciendo en respuesta a esta expansión. Fue de 12% en 2005, 11% en 2006 y 22% en 2007. El pico se alcanzó en marzo del 2008 donde la inflación anualizada ya alcanzaba un 46%.
Fue de hecho, a mi entender, el aumento en la inflación lo que plegó a los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires a las protestas del campo. Y todo esto a pesar de los controles de precios y la manipulación de las estadísticas, que, por supuesto, en nada afectaron la marcha de los precios. Más aún, a medida que la inflación crecía, la situación tendía a complicarse ya que el proceso por sí solo se desestabiliza.
Es que traspasado un umbral de inflación, la gente empieza a huir de la moneda local, y en ese intento de salirse del peso genera un impulso adicional a la inflación. La situación se revierte radicalmente en el lapso que va desde el conflicto con el campo en marzo del 2008 hasta septiembre del 2009, período durante el cual la 125, la estatización del régimen jubilatorio y la crisis financiera internacional derivaron en una salida de capitales de 37.300 millones de dólares. Durante esta segunda fase, los agregados monetarios se estabilizaron rápidamente (ya en mayo del 2008) y luego se mantuvieron casi constantes hasta fines de septiembre del 2009. Y . ¡sorpresa! la inflación comenzó una consistente trayectoria descendente.
Para junio del 2009 la inflación anualizada había colapsado al 7,4%. Llegamos así a la tercera etapa de la política monetaria durante las presidencias de los Kirchner; quizás la más inexplicable y costosa. En octubre del 2009, ante una incipiente reversión en el flujo de capitales, el Banco Central volvió a una fase expansiva. Este es un giro difícil de explicar considerando las perspectivas de recuperación económica que ya teníamos para el 2010. Con una economía en recuperación e inflación en baja, ¿qué necesidad había de realimentar el fuego inflacionario?
Para principios de enero, cuando se desata la crisis del Banco Central, la cantidad de dinero había crecido, en tan sólo 3 meses, un 15,3%. La diferencia es que, con una economía que había entrado en la inercia inflacionaria de los últimos años, los acomodamientos son rápidos y los precios se dispararon. En enero la inflación anualizada ya se ubicaba según las estimaciones privadas en valores del 31,4%.
Pretender argumentar que no hay relación entre la política monetaria y la evolución de los precios, es simplemente errado. A mayor emisión, mayor inflación. Todos comparten el objetivo de crecimiento y desarrollo de la Argentina, pero en realidad este objetivo es incompatible con la alta inflación. La experiencia de la mayoría de los países es un silencioso testigo de esto.
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