Por Nelson Castro
El episodio que se describe a continuación es ilustrativo de los momentos que se están viviendo dentro del Gobierno. Ocurrió el viernes último. El asesor de un ministro interrumpió el diálogo que estaba manteniendo con un visitante para levantar el volumen del televisor, sintonizado en TN, en el que hablaba el senador oficialista José Pampuro, presidente Provisional de la Cámara Alta.
En la semana que pasó, la Presidenta hizo y dijo cosas que han desconcertado a más de un funcionario oficial y que han roto cualquier puente de negociación con la oposición. Haber inaugurado las sesiones ordinarias del Congreso anunciando dos decretos, uno de ellos de necesidad y urgencia, constituyó una verdadera provocación.
Por si eso fuera poco, lo expresado el jueves por la jefa de Estado cuando, por Cadena Nacional, al anunciar su propósito de desconocer una orden judicial disponiendo la prohibición de usar reservas del Banco Central para hacer frente a los pagos de los acreedores privados, fue algo de una profunda gravedad institucional.
“Apoyo y defiendo a la Presidenta en cada una de sus iniciativas pero, en esta, no. No puedo convalidar esta actitud de desacato de un fallo judicial”, reconocía con pena un legislador del riñón del kirchnerismo.
Parecen no sólo lejanos, sino también olvidados los días en que, siendo miembro titular de la estratégica Comisión de Asuntos Constitucionales del Senado, la hoy Presidenta bregaba por el respeto a la independencia de los poderes del Estado.
Su mensaje del jueves fue malísimo. La jefa de Estado tiene, como cualquier otro ciudadano, todo el derecho de criticar los fallos judiciales. Ante la disconformidad que tales fallos le produjeron tiene el recurso de apelar ente las instancias superiores. No obstante, mientras todo ello transcurre, su deber es el de acatar las disposiciones de la Justicia.
El problema es que la actitud que adoptó la Presidenta no fue la de criticar el fallo, sino la de la descalificación de la jueza. “A la jueza Sarmiento le mandamos la Policía y la maltratamos por las actividades de su padre en las que nada había tenido que ver, y a la Dra. Rodríguez Vidal, desde el atril presidencial, le pegamos por el ‘delito’ de ser la pareja de un juez que al Gobierno no le gusta. Esto, lisa y llanamente, es un escrache”, sostenía un ministro que horas antes había aplaudido “con fervor” a la Presidenta.
Lo que la Presidenta olvidó decir es que con el fallo de la jueza Rodríguez Vidal, el Gobierno ya acumula cuatro dictámenes adversos a la metodología de disponer, por medio de un decreto de necesidad y urgencia, el uso de las reservas del Banco Central para cancelar deuda externa.
Ante esta ofensiva del Gobierno, la preocupación reinante en los ámbitos tribunalicios es enorme. La Corte es objeto de las críticas ácidas del matrimonio presidencial. El mayor encono se focaliza en el presidente del cuerpo, el Dr. Ricardo Lorenzetti, a quien consideran un traidor.
De cara a este panorama, los Kirchner están pensando en alguna movida que le quite poder al órgano supremo de la Justicia Argentina. Por otra parte, hay que consignar que la realidad judicial del matrimonio presidencial está lejos de ser desahogada.
“La causa vinculada al espectacular crecimiento patrimonial de los Kirchner es muy complicada. El presuroso sobreseimiento que dictaminó el juez Norberto Oyarbide es de una endeblez formidable. Una de sus debilidades es que transformó una verdadera megacausa en una causa simple, por lo que hay motivos más que sobrados para invocar una razón de ‘fraude procesal’, que implicaría la posibilidad cierta de una reapertura del caso”, explica una voz que conoce el día a día de Tribunales.
Lo que además quedó plasmado en el discurso del jueves de la Presidenta fue, a su vez, la verdadera situación de precariedad fiscal que vive la Argentina. Además, la posición de la aspirante a ocupar su sillón presidencial del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, pende de un hilo de coser. “Quedate tranquila que yo te apoyo” le dijo la Dra. Fernández de Kirchner, a lo que Marcó del Pont, con descarnado realismo, respondió: “Cristina, si el Congreso no aprueba mi pliego yo no puedo quedarme ni un minuto”.
El miércoles y el jueves fueron días de furia en el Congreso. La oposición hizo sentir su peso y doblegó al oficialismo. En el camino cometió errores y excesos. El jueves, el temple y las convicciones de un senador radical impidieron que varios de sus correligionarios y aliados cometieran un verdadero atropello en los tiempos y las formas concernientes al procedimiento de funcionamiento de la Comisión Bicameral de Seguimiento de los decretos de necesidad y urgencia. La oposición debe saber que la furia es mala consejera.
Algunos tomaron nota de lo riesgoso de esta circunstancia de enfrentamiento de los poderes de la República y decidieron levantar el pie del acelerador. En ese contexto fue que se produjo el episodio que involucró al senador Pampuro. Su pensamiento real es el que expresó en su primera declaración. Por lo tanto, es él quien está llevando adelante una negociación con el jefe del bloque de senadores de la UCR, Gerardo Morales. El lunes, cuando se reúnan, tratarán una iniciativa para congelar la entrada del senador Luis Juez a la Comisión Bicameral de seguimiento de los DNU y otorgar la presidencia de la comisión a la oposición. El nombre que suena para ese cargo es el del diputado radical Rubén Lanceta. Habrá que ver si el matrimonio presidencial acepta esto o no.
Y ése es el problema del Gobierno: todo depende del humor de Néstor Kirchner y de su esposa, misterio insondable del que son testigos mudos unos pocos allegados al matrimonio presidencial y las paredes de la Babel de Olivos y de la mansión de ricos que poseen en El Calafate.
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