Acostumbrados a la gimnasia propagandística que difunde uno, dos y hasta tres discursos diarios cargados de mentiras, odio, autoelogios y descalificaciones, en medio de unas pocas verdades, la mayoría de los argentinos masculla la bronca que luego se traduce en la imagen negativa del matrimonio presidencial.
Aún no conformes con una oposición tan desparramada como surgió de las urnas, se mantiene el sostenido rechazo hacia la actitud gubernamental, sus formas y muchas veces del fondo de las cuestiones públicas.
Sin embargo los Kirchner están empecinados en redoblar su estilo de conducción, confiados en que retener el 20 ó 25% de apoyo popular será suficiente para seguir vigentes cuando gane la oposición.
Para ello necesitarían que quién los reemplace sea lo suficientemente torpe como para gobernar peor y zafar de las innumerables denuncias judiciales de corrupción a las que serán sometidos por la falta de lealtades políticas que supieron sembrar.
La experiencia Argentina indica claramente que todos los ex presidentes que intentaron volver al poder no lo pudieron lograr, aún siendo mucho más carismáticos y queridos como lo fueron Raúl Alfonsín y Carlos Menem.
Sabedores de ello quizás imaginen que el descalabro económico que dejarán para el 2012 será de tal magnitud, que quien asuma el gobierno perecerá en el ajuste y la inflación. De ahí a recordar la bonanza de la primera presidencia de los Kirchner habría un paso.
Sin embargo, el escenario internacional para la Argentina cambió definitivamente de la mano del crecimiento irreversible de China, India, Brasil y muchas otras naciones que nos aseguran buenos precios internacionales para nuestras materias primas.
Por difíciles que parezcan los tiempos hoy y por desaliñadas que se encuentren las imágenes de los candidatos a suceder a los Kirchner, felizmente el futuro es promisorio con un mínimo de sentido común aplicado a la gestión gubernamental.
Entre las mentiras más sobresalientes de la semana se entrona el discurso presidencial en la Esma, que lejos de recordar a las victimas del terrorismo de Estado y de las bandas guerrilleras, se convirtió en un mísero acto político partidario llevando la confrontación y la ira al extremo del ridículo.
En vez de valorizar la recuperación de la democracia que es el punto de unión de todos los argentinos, la Presidenta embistió contra la oposición, la Justicia y los medios de comunicación, incluso hasta usar el caso de los hijos de la dueña de Clarín con un mal gusto pocas veces visto.
Ejerció una vez más la manipulación política de la defensa de los derechos humanos, en una sobreactuación propia de aquellos que tienen que exagerar para pertenecer a causas que nunca abrazaron en su larga trayectoria.
El uso político de los derechos humanos sólo puede causar repugnancia, como lo afirmó el ex fiscal del juicio a las Juntas Militares, Julio Strassera, pero el freno de las causas judiciales para eternizar el escarmiento que denunció, es un acto maquiavélico que debe ser investigado.
Según Strassera, los actuales procesos judiciales por delitos de lesa humanidad durante el período 1976-1983 se demoran porque al gobierno nacional “políticamente le conviene la prolongación de los juicios, tenerlos y tenerlos y agitar y agitar y no terminarlos. Ya podrían haberlos abreviado y sentenciado”.
Mientras insistamos en mantener abiertas las heridas, que no es lo mismo que tener memoria sobre lo ocurrido, perderemos un valioso tiempo que deberíamos dedicar a mejorar las calidades de la democracia que tanto nos costó recuperar.
La inflación que no existe
Desde la mentira del discurso oficial hemos escuchado que la inflación no existe y que jamás harán un ajuste contra el pueblo, enrostrándole a la oposición ser los causantes en el pasado de todos los males de la Argentina.
Omiten, obviamente, que el kirchnerismo y sus funcionarios participaron, no solamente de todo el gobierno de Menem al que aplaudían a rabiar junto a Domingo Cavallo, sino que muchos también ejercieron cargos ejecutivos y políticos durante el gobierno de la Alianza.
El mensaje es contradictorio en sí mismo, puesto que si no hay inflación de dónde surgiría la necesidad de un ajuste económico.
La verdad, llegó de la boca de uno de sus aliados. Hugo Moyano se apuró a desmentir al ministro de Economía asegurando que la presencia de la inflación es innegable. Luego le tiraron las orejas y aclaró que peor sería perder los empleos.
Otra verdad surge en las remarcadas góndolas de los supermercados que hablan a las claras que el ajuste ya empezó y de la peor forma: destruyendo el poder adquisitivo de los más pobres.
El canje milagroso
Pero las mentiras seguían cayendo de la boca de los funcionarios y llegó el ministro de Economía a la Cámara de Diputados, para pintar un escenario de extraordinario bienestar económico en el futuro, ése que ya nos habían prometido.
Es que todo se solucionará con el denominado canje de bonos de la deuda externa, que hasta el día de hoy nadie sabe los detalles de su letra chica, aunque escrita por quienes han hecho de la corrupción y la mentira su forma de gobernar, seguramente se transformará en un nuevo engaño.
Pero ¿cómo creerles algo si nos dicen que es imprescindible para el crecimiento argentino salir del default, del que ya habíamos salido definitivamente hacía unos años –reabriendo el canje de deuda que nunca se iba a reabrir– para poder acceder luego al mercado voluntario de crédito, del que nos habíamos retirado porque era malo para nosotros acceder a ese mercado? ¡Un psicólogo por favor!
Las mentiras descaradas sólo logran irritar a la población que con una infinita paciencia está colaborando para mantener la paz social, conocedora de que es lo más recomendable para que el Gobierno concluya su mandato y la oposición asuma luego. Es la lógica de la democracia que aprendimos.
Que no insita el Gobierno en la profundización del ajuste inflacionario porque será muy difícil que concluya decorosamente su mandato.
Fuente: El Liberal
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