Por Eugenio Paillet
Los despachos y algunas covachas del oficialismo se llenaron, en los últimos días, de rumores y versiones. ¿De qué hablan? De la candidatura de Néstor Kirchner para 2011, de la posibilidad de que sea finalmente Cristina Fernández la que decida ir por la reelección, previo acuerdo de alcoba. Y hasta se ha llegado a escuchar alguna alquimia estrambótica: que la fórmula del kirchnerismo para el año que viene la integren los dos. "¿Una fórmula Néstor-Cristina? Y por qué no?", descerrajó, sin rubor, uno de los hombres que suelen trajinar los pasillos de la Casa Rosada.
Esos murmullos de difícil comprobación pública, por la cerrada decisión de las fuentes de hablar en privado, han ido de la mano de otros que han regado, por estas horas, no sólo los dominios del oficialismo sino campamentos de la oposición y hasta oficinas de observadores y analistas políticos.
Se dice que los Kirchner podrían planear adelantar las elecciones presidenciales previstas para octubre del año venidero. Y que, en ese marco, sería una perfecta utopía suponer que la nueva ley Electoral se pondría en marcha, lo que, como primer dato a la mano, significaría, lisa y llanamente, la defunción, antes de nacer, de las internas abiertas y simultáneas votadas por el Congreso.
Para no pocos de esos confidentes, las elecciones presidenciales se adelantarían al mes de marzo de 2011. Para voceros de la oposición, la jugada podría suceder frente a una crisis política y económica como la que se estaría incubando pese a la fantasiosa propaganda oficial, que apuraría a los Kirchner a pegar ese manotazo, para evitar una debacle mayor del gobierno de Cristina Fernández.
Curiosamente, en recovecos del kirchnerismo, no se descarta de ningún modo esa estrategia. Pero se dice que sería exactamente al revés de como lo plantean sus enemigos: el nuevo manotazo al cronograma electoral debería ocurrir para aprovechar el mejor momento económico y político del gobierno, que sobrevendría hacia fines de año, como consecuencia de un crecimiento otra vez a tasas cercanas al 8 por ciento y de medidas que potenciarán las inversiones y la mejora de la imagen internacional del país, como consecuencia de, al menos, dos supuestos: los beneficios en el tiempo que dejará el canje de la deuda con los bonistas que no adhirieron al plan de 2005, y, en el orden interno, un aumento exponencial de los planes sociales que distribuye Alicia Kirchner y la sanción, antes de fin de 2010, de una nueva ley de Coparticipación Federal.
El colofón de semejante parafernalia ha sido, y de ningún modo por casualidad, la salida de esta semana a los medios del jefe de gabinete, Aníbal Fernández, a defender, sin que nadie le pregunte, la posibilidad de ningún modo descartada de que Néstor o Cristina sean candidatos presidenciales. El lenguaraz quilmeño se permitió, además, un desafío: dijo que si uno de los dos integrantes de la pareja de Olivos se presenta a competir por el cetro presidencial, ganará sin necesidad de ir a una segunda vuelta.
Aníbal ha salido al ruedo en el marco de una estrategia que no reconoce un gramo de improvisación. Lo ha hecho en medio de un verdadero vendaval de candidaturas, reales o en ciernes, que, desde el oficialismo y la oposición, se han planteado en estos días, como si todos a la vez hubiesen entendido que una carrera para la que cualquier análisis racional permite afirmar que falta mucho tiempo, hay que empezar a correrla ahora mismo. Pruebas al canto: en apenas dos semanas, los probables protagonistas de aquella pulseada por el sillón de Rivadavia, reales o supuestos, con chances o sin ellas, han reconocido en más o en menos esas aspiraciones.
Carlos Reutemann y Francisco de Narváez dejaron trascender graciosamente los detalles de un encuentro de ambos en Santa Fe que muy bien pudieron mantener, de haberlo querido, en secreto. Se ha hablado, públicamente o en reservado, de la posibilidad de una fórmula compartida, si es que la Corte Suprema habilita al empresario de origen colombiano, y si es que, finalmente, el ex piloto acaba con sus dudas eternas y se decide a competir. De Narváez ha dicho, a su vez, que no tendría empacho en ceder en sus aspiraciones (una vez habilitado por el máximo tribunal) y acompañar a Lole en una fórmula del peronismo disidente o federal, como gustan llamarle ellos.
Eduardo Duhalde está más lanzado que nunca a plantear ahora mismo su propia candidatura presidencial. En sus cuarteles, dicen que no se trata de una chicana para amargarle la vida a Kirchner. "El Negro ha decidido que su candidatura es, a estas alturas, imposible de soslayar", dijo uno de sus punteros, en oficinas frente al Congreso. El ex presidente interino esperaría, en el peor de los casos, a formalizar en los hechos su idea de una gran mesa de diálogo, para plantar las bases del desarrollo del país en los próximos veinte años, antes de oficializar su postulación, que, de todos modos, en su entorno, nadie discute. En todo caso, lo que analiza el hombre de Lomas de Zamora es la integración de la fórmula. Nadie ha tirado nombres al voleo. Y si Duhalde tiene in pectore ese nombre, no se lo ha soltado a ninguno de sus confidentes.
En el radicalismo, todos dan por descontada la candidatura presidencial de Julio Cobos. Pero, en los últimos días, creció la posibilidad de que el senador Ernesto Sanz se sume a esa grilla. El legislador mendocino no ha desactivado esos comentarios, que empezaron a tomar forma durante aquella reunión de las autoridades partidarias que se realizó, en febrero último, en la ciudad de Córdoba, a la que también asistió el vicepresidente de la Nación. Esta semana, en consonancia con aquella catarata de pronunciamientos, se volvió a mencionar la posible postulación de Sanz. Y hasta se dijo, en pasillos senatoriales, que tampoco habría que descartar una candidatura del titular del partido y senador por Jujuy, Gerardo Morales.
Por si faltase algo, el miércoles, apareció en escena el ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quien plantó con todas las letras que no descartaba ser candidato a presidente en 2011. Dijo que no le asustaba ese desafío, y hasta desgranó un comentario sobre sus cualidades que, seguramente, no deben haber caído nada bien en las alcobas de Olivos. "Yo sé cómo gobernar un país, porque lo hice durante cinco años".
Los jefes de gabinete, y no desde ahora, suelen arrogarse a veces, y no exentos de dosis de altivez, que la Constitución descarga en ellos la responsabilidad de la administración del país. Y a eso parece haber recurrido Alberto F. con tan ingenioso eslogan de campaña. Le faltó decir que, cuando resolvió abrirse apenas un poco de las directivas que emanaban de la residencia de Olivos, o supuso que podía gestionar con algo de luz propia, fue echado del cargo sin demasiados miramientos.
En otro cerrado lote, para completar el cuadro, habría que mencionar a quienes, en los últimos tiempos, también han hecho profesión de fe de candidatos presidenciales. Felipe Solá, del Peronismo Federal, y los oficialistas Jorge Capitanich, José Luis Gioja, el salteño Juan Manuel Urtubey, con alineamiento crítico, y hasta el entrerriano Sergio Urribarri, todos atados al carro de Olivos y a lo que dispongan sus jefes.
José Manuel de la Sota ha dicho a sus íntimos que su acercamiento de los últimos tiempos a Néstor Kirchner tiene como objetivo prepararse él también para ser ungido con una postulación por el santacruceño. Daniel Scioli ha debido, asimismo, responder, por estas horas, acerca de su candidatura. De si será el postulante del Frente Para la Victoria, para el caso de que ni Kirchner ni Cristina Fernández se presenten.
El gobernador sabe que la pareja presidencial lo considera el principal postulante a esa candidatura, si es que ellos se bajan. Pero esta semana ha respondido con una frase que tiene algo de enigma, aunque no tanto: "Mi pensamiento está únicamente puesto en la provincia". Ya es un secreto a voces, en despachos platenses, que el gobernador preferiría ir por su reelección, y que, de algún modo, esos mensajes, como el de la declaración periodística de esta semana, pretende que lleguen a Olivos. Pero tampoco hay dudas de que un reclamo, basado más en la necesidad que en la oportunidad, de la pareja a la que demuestra ciega obediencia, lo haría cambiar de planes.
El gobernador socialista santafesino, Hermes Binner, es, tal vez, el único que, por estos días, ha guardado silencio en torno del tema que se ha subido al primer lugar de la agenda de los políticos. Pero la probabilidad de una candidatura presidencial suya en 2011, al frente de una coalición del socialismo y partidos afines, sigue firme, aunque sin tanto barullo como en los casos anteriores.
A la par del apuro por el lanzamiento de candidaturas, puede decirse que la inflación será el otro gran tema del año que se inicia, y que seguramente tendrá alta incidencia en los discursos de tan temprana campaña electoral.
Desde el gobierno, lo menos que se quiere es que, justamente, la impresión de un alza constante y sin control de los precios, que niega con una tozudez digna de encomio, se instale en el centro de la escena. Una probanza salta a la vista: Hugo Moyano salió como un rayo a responderle a Amado Boudou, quien, en línea con aquella impronta matrimonial, insistió en el Congreso con la cantinela según la cual no hay inflación sino "tensión" en algunos precios. Y le recordó que, como decía Perón, "la única verdad es la realidad".
Y la realidad, dijo y después hasta lo puso en un inusual comunicado oficial de la CGT, es que hay un proceso inflacionario que nadie puede negar. Ocurrió lo que otras veces: 24 horas después, el líder camionero debió bajar el tono, por reclamo de Olivos, y cambió el discurso. Hasta dijo que un poco de inflación no le viene nada mal a los argentinos. "¿Qué nos queda si Moyano sale a decir que hay inflación?", justificó la voltereta un funcionario con despacho en la Casa Rosada.
En verdad, el camionero obró sin inocencia alguna y en beneficio de sus propios intereses. Aceptó la marcha atrás que le reclamaron los Kirchner, pero dejó instalado en el colectivo social y sindical que las discusiones paritarias en marcha y por venir saltarán muy por encima del 19 por ciento de aumento que sugería el gobierno y clamaban no pocas centrales empresarias. Hoy, la realidad es que ningún convenio se pelea por debajo del 23 o 24 por ciento. Y hay gremios que arrancarán por encima del 30 por ciento, como metalúrgicos, mecánicos y gastronómicos. Moyano hizo su buena contribución a ese estado de profunda incertidumbre con la que los hombres de negocios miran ahora el marco de discusión con las comisiones internas.
El gobierno negará la inflación no sólo por cuestiones de conveniencia política, sino por convicción: desde la presidenta para abajo, la bajada de discurso es que la inflación no existe. No es un problema al que haya que abocarse.
Especialmente, porque la cerrazón sobre la cuestión generaliza un discurso que puede ser escuchado en despachos de la Casa Rosada o del ministerio de Economía: "No hay inflación, y, si la hubiera, no vamos a salir con un remedio que es peor que la enfermedad, como son los ajustes o el enfriamiento de la economía, como nos proponen los economistas de la oposición".
No importa que las principales cámaras empresarias hayan alertado, en los últimos días, sobre el proceso inflacionario y las nulas perspectivas de inversión que esa visión genera en la mayoría de sus empresas. O acerca de que existen en verdad remedios a la mano, como una baja sustancial del gasto público, que creció de manera exorbitante en los últimos cinco años, siempre dedicado a mejorar el clientelismo político.
"Lo primero que tiene que hacer el gobierno para salir de la crisis es reconocer que tiene un problema de inflación", planteó, desde el país real, el titular de la Asociación Empresaria Argentina, Jaime Campos. No será escuchado. Y hasta es probable que algún "ultra" del oficialismo lo acuse de destituyente...
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