Quienes atacan “el afán de lucro”, critican el ajeno pero jamás el propio

jueves, 25 de marzo de 2010

Por Alberto Medina Méndez


Ciertas creencias fallidas, nos llevan invariablemente, a recorrer caminos incorrectos, deambulando así entre discursos vacíos, contradictorios e ineficaces. Es probable que uno de los mayores fracasos intelectuales consista en no reconocer aquello que resulta parte vital de la esencia humana, eso que el hombre trae consigo, independientemente de donde haya nacido, del régimen político con el cual conviva o de quienes lo gobiernen circunstancialmente. Se trata de normas naturales que se ajustan a su existencia misma y que no siempre se corresponden con el ordenamiento jurídico.


Ya no se puede desconocer que el espíritu de lucro mueve al mundo. Aunque algunos se empeñen en denostar esta visión, es ella y no otra, la que le ha permitido, en buena medida, al mundo multiplicar sus bienes, generar trabajo, incrementar ingresos, obtener progresos en la ciencia, en el arte, en las finanzas y en casi cualquier oportunidad que el mundo moderno ofrece en el presente.

La deformación mas relevante de este concepto ha tenido que ver con atribuirle, al lucro, una carga moral negativa. ¿ Desconoce acaso la humanidad que el altruismo resulta inviable sin previa generación de riqueza, lucro mediante ?.

Es que tanta tradición culposa, promovida incluso por algunas creencias religiosas, ha terminado por convencer a propios y extraños. Quienes atacan “el afán de lucro”, critican el ajeno pero jamás el propio. Tienen un doble estándar moral que divide hasta sus juicios de valor según los tamaños. Los pequeños tienen vía libre, los grandes son solo pulpos malvados.

Habrá que dejar de lado la hipocresía en esto, como en tantas otras cosas. La inmensa mayoría de los individuos responden a los atributos del ser humano medio. Los más, de uno u otro modo, tratan de maximizar esa ecuación que les permite obtener la mayor cantidad de satisfacción con la menor cantidad de sacrificio posible.

Se aspira a ganar mas, cobrar dinero extra, obtener una mayor rentabilidad, remuneración, o como prefiera llamarse a ese instrumento que posibilita luego, conseguir los bienes que se consideran necesarios para lograr un mayor bienestar. ¿ O es que acaso alguien desea lograr menos de lo que obtiene ?, ¿ o prefiere trabajar mas tiempo para conseguir menos ?, ¿ o tal vez desea esforzarse sin compensación alguna ?

Algún merito habrá que atribuirle a la exitosa corriente socialista de estas décadas que ha logrado convencer a muchos de que el lucro es MALO. Obviamente que no se refieren al propio, sino siempre, al de los demás. Pretenden que los otros funcionen de un modo diferente, incluso al de ellos mismos. Cuando se trata de hablar en primera persona, a su mayor rentabilidad le llaman esfuerzo, premio al mérito, justa recompensa a sus sacrificios. Sin embargo, cuando el evaluado es alguien diferente, preferentemente un emprendedor o empresario, esa misma lógica les parece repudiable.

Consideran que esos otros piensan obtener sus ganancias a partir de explotar a otros, de perjudicar a terceros. Solo conciben a la relación entre humanos como un mecanismo en el que unos ganan y otros pierden. No creen en las transacciones voluntarias entre individuos. El sometimiento, es la matriz con la que tamizan cualquier argumento.

En esa historieta, cuando se describan a si mismos, se enrolarán en la lista de los que merecen ganar mas, en la nómina de aquellos que son explotados por sus superiores, por el poder, por los expoliadores de siempre, por los intereses sectoriales, por el imperialismo de la corporación económica internacional.

Cuando esa misma descripción intente destacar los atributos ajenos, serán de lo peor, gente ambiciosa, desmedidamente rapaz, seres inhumanos, desalmados, sin sensibilidad y llenos de codicia, avaricia e individualismo.

En síntesis una mirada de caricatura, donde el mundo se divide entre buenos ( ellos mismos ) y malos ( los otros ). Una simplificación demasiado benevolente con si mismos, y bastante paranoica respecto de los demás, como para ser razonable.

Es bueno recordar que las sociedades más altruistas y solidarias, no en el discurso, sino en la acción concreta, son las que se han desarrollado, justamente allí, donde el lucro ha avanzado, donde menos se lo ataca y más se lo reconoce como atributo de la especie.

Es que nadie puede “donar” allí donde ciertas necesidades no son cubiertas. Solo aquel que ha logrado avanzar y mucho en sus expectativas, puede pensar con claridad en ayudar a sus pares. Y además, cabe decirlo, lo hace con convicciones y no con amenazas del poder, extorsiones veladas de grupos de presión o aprietes sectoriales.

Adam Smith decía “no es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra comida, sino por su propio interés”.

El lucro, forma parte indivisible de la esencia humana. No se trata de renunciar a él, sino de aprender a convivir con su costado mas positivo, ese que hace que el individuo encuentre plena motivación para su propio progreso. Es esa evolución la que lo hace crecer y que, independientemente de su voluntad, multiplica oportunidades para otros, con la eficiencia que le plantea el desafío de un marco competitivo, que le exige creatividad, impulsándolo a ir por mas, para provecho propio y de sus semejantes, incluso sin pretenderlo.

Cuesta comprender esa lógica culposa de esos que creen decir que algo es moralmente bueno solo porque repiten la consabida fórmula de “sin fines de lucro”. Como si esa afirmación los colocara en un pedestal de superioridad ética, por sobre aquellos que desarrollan actividades movilizados por su claro espíritu de lucro.

Intentar obtener una ganancia en un negocio legítimo no tiene nada de malo. Por el contrario, tiene mucho de bueno. Nadie puede avergonzarse de levantar las banderas de la esencia humana, porque en ese intento, y muy a pesar de algunos, ese individuo no solo obtendrá su progreso propio, sino también el de su entorno, el de su familia, amigos y colaboradores. Generará empleo directo y otros puestos de modo indirecto. Hasta quienes lo odian, se beneficiarán de su involuntaria bondad, y es posible que una vez satisfechas sus subjetivas necesidades decida, sin presión alguna, sin otro móvil que su propia satisfacción personal, aportar algo de lo legítimamente obtenido, para aquella causa que desee apoyar, la que fuere.

Existen en el mundo muchos seres humanos buenos. Seguramente otros tanto malos. El odio, el rencor, el desprecio, no puede ser jamás, fuente de algo positivo. Suelen ser los padres de la intolerancia, el autoritarismo y la destrucción. El dinero no hace a nadie mejor o peor persona, pero el lucro en si mismo no describe de modo alguno un costado negativo de la humanidad.

Quienes encuentran en el lucro su motor diario, no tienen nada de que avergonzarse. Cuando lo despliegan como un atributo, no hacen más que responder a la naturaleza humana y es muy probable que en su transitar consigan mejoras para todo su entorno, aun cuando siquiera se lo hayan propuesto.

Lo inmoral no es el lucro, sino las actividades ilegitimas, aquellas que se sostienen sobre valores morales inadecuados, esas que implican realizar negocios espurios con el Estado, bañadas de corrupción o incluso aquellas otras cuya ética es reprobable.

La actividad empresaria es digna de ser destacada, son esos emprendedores quienes potencian al mundo, son ellos, los que han logrado, en buena medida, minimizar la pobreza en el planeta, de la mano de esos ha progresado la ciencia y la tecnología, ofreciendo una sobrevida que no encuentra antecedentes en la historia de la humanidad.

Vergüenza debe darles a los que roban la propiedad de otros, a los que viven del esfuerzo ajeno, a los que confiscan el resultado del sacrificio de terceros, en nombre del bien común. El lucro, no debe ser vergonzante.

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