Por Juan Carlos de Pablo
Notable cantidad de empresarios no agropecuarios se “bancan” tanto el estilo como las decisiones que adoptan Cristina y Néstor Kirchner, con tal de que no vuelva “la derecha”.
Raúl Ricardo Alfonsín no reaccionó proporcionalmente a la reescritura que el matrimonio Kirchner hizo de la historia del juzgamiento a los militares desde que finalizó el Proceso de Reorganización Nacional, a pesar de que fue el primero, y no los últimos, quien se jugó la vida en esta materia; porque una cosa era enfrentar a las Fuerzas Armadas en 1984 y otra bien diferente hacerlo a partir de 2003. Y lo hizo, con tal de que no vuelva “la derecha”. El regreso de “la derecha” es el cuco que enarbolan actualmente los (cada vez menos) seguidores del oficialismo. Según escuchamos, de la mano de la derecha viene “el ajuste”, mientras que en la medida en que dejen gobernar a la Presidenta de la Nación y a su marido, continuaremos con un modelo de crecimiento sostenido e inclusión social.
No es así, no importa cómo se lo haga aparecer. Porque la realidad es que lo que ocurrió en nuestro país a partir de 2003 es que se infló la economía, aprovechando la capacidad instalada creada durante la década de 1990, la notable mejora que se produjo en los términos del intercambio, y el uso sin reemplazo de stocks existentes (de petróleo y gas, de ganado vacuno, etc.). Lo que el oficialismo denomina “nuevo modelo de país”, entonces, fue en realidad una reactivación económica, más prolongada en el tiempo que las anteriores por las inmejorables (pero transitorias) condiciones de ciertos mercados de exportación.
Llegó la hora de reponer stocks (de ganado, de infraestructura, etc.). ¿Es sólo circunstancial la importación de naftas? El Gobierno podrá insistir con que no está haciendo ningún ajuste, entendiendo por tal que no está reduciendo el valor de ninguna variable en términos nominales, pero resulta claro que muchos ingresos están cayendo en términos reales, a raíz del aumento bien palpable de la tasa de inflación.
Que se denomine ajuste a la pretensión de reducir los salarios públicos nominales en 2001, y que no se lo denomine a las implicancias que sobre el poder adquisitivo del salario tuvo la devaluación de la moneda desde comienzos de 2002 podrá resultar muy bonito en charlas de café, y efectivo desde el punto de vista político, pero tiene muy poco que ver con la realidad económica.
La realidad está llevando a que cada uno de nosotros experimente en sus bolsillos el equivalente del ajuste que, en las actuales circunstancias, practicaría la derecha. Pero, entonces; ¿da lo mismo que gobierne la izquierda o la derecha?
Mi problema -y mi preocupación- con el caso argentino, no es tanto la izquierda o la derecha, sino las decisiones que tanto en el nombre de una como de la otra se adoptan en la práctica. Por eso no me gustan los debates ideologizados o principistas, cuando se refieren a cuestiones que terminan afectando el bienestar de seres humanos de carne y hueso.
La izquierda tiene que hacerse cargo del hecho de que apoya a un Gobierno que sigue dibujando los índices de precios, un Gobierno que reestatizó Aerolíneas Argentinas y todos los que pagamos los impuestos tenemos que financiar a “nuestra” empresa, un Gobierno que por implementar de manera grosera los controles directos de precios terminó contrayendo la oferta de ciertos productos, etc. ¿Qué tiene que ver todo esto con Karl Marx, Federico Engels o Rosa Luxemburgo?
Mi problema con la derecha es muy parecido a mi problema con la izquierda. Un gobierno creíble invita a que algunos de los argentinos traigan al país parte de los fondos que tienen en el exterior, reduciendo de manera sustancial el tipo de cambio real. Como consecuencia de lo cual los peluqueros veranean en París y los fabricantes de reglas de cálculo se funden. ¿Qué tiene que ver todo esto con Frederick von Hayek, Ludwig von Mises o Milton Friedman?
Vivimos en un país extremadamente pendular. Nos llenamos la boca suspirando por la versión argentina del Pacto de la Moncloa, pero en el fondo reclamamos que lo que nos parece correcto sea adoptado como “política de Estado”. En función de nuestro pasado el actual Gobierno será sucedido por “la derecha”, y como el noventismo no tuvo tiempo de reflexionar, hay riesgo de que vuelva como se fue (no me refiero a las personas, me refiero a las ideas y a las políticas).
A propósito: la derecha no está para lograr los objetivos de la izquierda, pero con instrumentos viables y sustentables. Esto es lo que en el pasado formó parte de la trampa y del desbarranque final. En materia distributiva, los objetivos de la izquierda son inalcanzables. Pero no porque ellos son incapaces de implementar una política viable, sino porque el objetivo en sí mismo es inviable.
Se puede complementar lo que surge de los intercambios voluntarios, con acción estatal. Pero siempre que ésta sea focalizada e implementada de manera eficiente. Si la derecha se hace cargo de las “banderas” de la izquierda, y trata de implementarlas, terminará como terminó siempre: fracasando en busca de un imposible, y en manos adversarias.
No hay más remedio que seguir insistiendo. La política económica nunca se da en el vacío, sino en una circunstancia internacional y en el marco de una política concreta. Requiere profesionalismo, es decir, conciencia de que el mundo no termina hoy a la noche, de que los seres humanos responden a los incentivos y desincentivos (¿no es genial que más de 500.000 alumnos no tienen escuelas porque ahora a las madres les conviene que sus hijos asistan a clases para cobrar el subsidio correspondiente?), y de que los recursos son escasos.
Al servicio de la izquierda y la derecha, a juzgar por los resultados, el profesionalismo fue inapropiadamente deglutido por la política, transformándose en racionalizador de inviabilidades. ¿Podremos alguna vez detener el péndulo?
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