Por Alberto Medina Méndez
La crítica hacia los gobernantes es moneda corriente. Se trata de un fenómeno, ya demasiado frecuente en buena parte del mundo, pero que se verifica con especial contundencia en los países latinoamericanos.
El breve lapso que propone la típica “luna de miel” de quien inicia una gestión de gobierno pronto se convierte en un renovado y prolongado infierno. Se trata de la etapa en la que el oficialismo empieza a recibir duros embates, ya no solo de sus ocasionales opositores, sino de una ciudadanía que cae en el hartazgo, incluso hasta de cierto sector de la comunidad que oportunamente los voto.
En ese contexto, el debate político cae recurrentemente en esa larga tradición que dice que “del otro lado no hay nada”. Esa aseveración habla de una crisis dirigencial, de partidos políticos que cada vez representan menos a la gente y de una desconexión cada vez más elocuente, entre las demandas de la sociedad y la escasa capacidad de resolver problemas de quienes se postulan para ocupar esas posiciones.
Y así, la conclusión parece un círculo vicioso. Los que están no saben o no hacen las cosas bien, y los que quedaron del otro lado, o ya estuvieron y tampoco hicieron bien, o simplemente no tienen nada que ofrecer al electorado en términos de soluciones.
La ciudadanía, huérfana de ideas, recorre entonces el patético camino de la resignación y la impotencia, esas que destruyen los cimientos del sistema democrático, dinamitando la república y convirtiéndose en el caldo de cultivo de los nostálgicos de la violencia.
Es que la política de estos tiempos, y cuesta encontrar excepciones a la regla, pone demasiado esfuerzo en la búsqueda del poder y en su sostenimiento permanente. Pero la política no solo es "acceso" al poder, sino también la construcción de un proyecto que sea posible implementar, una vez que se llega a él.
Nuestros países se caracterizan por una clase política que vive en forma "obsesiva" su carrera hacia el premio mayor. Todo pasa por el botín de los cargos, la distribución de prebendas y la apropiación de los privilegios.
Todo el esfuerzo, la militancia y la acción político - partidaria tiene, como exclusivo objetivo, encontrar el modo de alcanzar los votos que posibiliten el triunfo de los que juegan a esto como quien compite casi deportivamente por ese trofeo.
Cuando las circunstancias del momento de esa Nación, los conflictos ocasionales y hasta el carisma del nuevo dirigente, o el desprecio por el anterior, lo imponen, allí entonces, quienes eran opositores tienen la oportunidad de alcanzar la ansiada meta. Pero allí no concluye la historia. No llega el final feliz, sino que irremediablemente se inicia el peregrinar por nuevos tropiezos, propios de la improvisación.
Llega el turno entonces del repetido discurso de la “herencia recibida”, ese manojo de justificaciones y excusas que replica el más popular deporte del continente, ese que consiste en buscar responsabilidades ajenas y endilgarle al que sea, todas las culpas que se derivan del conjunto de calamidades por las que atravesamos como sociedad.
Solo esconden algo mucho más evidente. Es que su acción política se limita exclusivamente a la búsqueda del poder. Los partidos, el debate interno solo pasa por los cargos, las disputas internas y las mezquinas intrigas.
Nadie pone demasiada atención a la construcción de una plataforma política que diga QUE HACER frente a cada interrogante. Mucho menos aún se profundiza en el indispensable estudio que permita “bajar a lo concreto” esas ideas que dicen mas sobre lo que “no queremos” que sobre lo que deseamos hacer.
Todo concluye en un juego en el que se privilegia la lucha por el poder por sobre la capacidad de generar planes concretos que sean dignos de ser considerados como una oportunidad para vencer los múltiples escollos a los que nos enfrentamos a diario.
Esa dinámica, expulsa técnicos, profesionales, intelectuales, incluso ciudadanos que sin formación académica, tienen mucho que decir. Se trata de un conjunto de habitantes capaces de aportar alguna cuota de sentido común, que no tienen cabida en los partidos, porque a nadie importa prepararse para el poder, solo se trata de llegar a él.
Hasta que los partidos no asuman su rol, entendiendo que esta noble e imprescindible profesión que es la política, se mueve en base a sus ejes principales, el acceso al poder y el ejercicio del poder, no tendremos chance de revertir esta historia circular.
Para ello, los ciudadanos necesitamos partidos capaces de generar ideas, discutirlas, convocar especialistas, diseñar programas y establecer estrategias que posibiliten la instrumentación de planes concretos. Sin todo eso, la política seguirá siendo lo que es y terminaremos consumiendo el producto final que ya conocemos.
No se puede seguir discutiendo sobre estos o aquellos, buenos o malos, honestos o inmorales, prolijos o burdos. Esa es una discusión que probablemente servirá para elegir a quien sucederá al que ostenta la batuta. Pero también interesa saber si los que vienen, esos que están del otro lado, se han preparado debidamente para gobernar.
Tal vez solo nos ofrecerán un nuevo fracaso de esos a los que nos tienen acostumbrados, para luego ofrecernos explicaciones plagadas de grandes argumentos que nos hablen de una contextualización histórica. En realidad todo podría resumirse en que abundan las improvisadas estrategias y sus propias limitaciones.
La política es eso, lucha por el acceso al poder y preparación para gobernar. Si ambas aristas no están armónicamente equilibradas, seguiremos transitando este cíclico sendero que ya conocemos y una ciudadanía agotada se seguirá preguntando ¿ Qué hay del otro lado ?.
0 comentarios:
Publicar un comentario